Los jueves de 2011 en la casa-museo La Chascona (Fernando Márquez de la Plata 192, Bellavista, Santiago).

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Poemas de Natalia Figueroa


Ideologías


Entre nosotros ya no hay nada
sino la fuente donde cantamos
antes de que llegaran los lentes
y me hicieras tu enemiga:
fuimos números elementales.
Saltamos sobre unas cuerdas
en el aljibe de campo o la carreta
dejada al paso en Piribebuý
o en el asiento donde pasamos la noche
desarmando leptones.

El sodio nos lavó la cara.


Athos

Pocos saben de Athos.
Dicen que tiene una novia en Tesaloníki,
ahí pasa la mitad del año.
Intenté hablarle hace meses,
caerle bien. Nunca le interesé
hasta ganar tabli a un mal jugador.
Desde entonces es cortés conmigo
y cada día, al menos, me dice hola.











Los perros


Gustan de ladrar inofensivamente
a quienes pasan en bicicletas cuesta arriba.
Responden a otros nombres como si no esperaran
pero estuvieran abiertos aún a la espera.
Nos convertimos en ornamentos
del espacio de esas vidas prohibidas
sintonizadas con la sombra y el hambre
habituados a oler hasta el miedo
no importando si les fijamos los ojos.
Valdremos menos que perros atados
rasguñando rodillas por comida ajena
como si ya no pudieran cazar o la luz
no descubriera lo mismo y estas piedras
no dieran al andar la suavidad
de las hormigas cuando sobrevuelan. Esos perros
ya no corren tras las ruedas de los carros
mordiendo el tiempo del que se eximen.
No significan nada.
















Caminata invernal


Vamos caminando sobre una nube
sin escapar de la lluvia que nos acerca la ropa.
Caminamos porque sí recordando
caídas en charcos o aquella vez en que mi paraguas
se dio la vuelta invertida de los malos al viento.
Vamos siempre con un monte atrás y una eklesía
imaginando creer en algo sin complejos.
Un cuerpo entre nosotros avanza
hasta tocarnos los músculos
a veces las manos transpiran.
En un segundo puede esfumarse
alcanzar el frío, el vapor. Vamos caminando
y no deseo tomar tu mano ni tú la mía,
para qué herir lo poco que llega.
Vamos también caminando por dentro.



















Los insectos

Escribí de los insectos: 
“no me dañarán porque son mejores”.
Recordé cuando viste un saltamontes
o un grillo y dimos vuelta todo.
Cómo un hombre tan grande
temió de un insecto herbívoro
fue la normalidad del acorazado
olvidando en un descuido
sus discursos desde el suelo.
Para otro la serenidad de arrojarlo al exterior
donde su vida se conecta con formas.
Tú no te convencías, yo fui ayudante y testigo
la clase de persona que te ayuda a morir
si lo deseas entregándote el arma.
Y te busqué cuando encontré al insecto
luminoso sobre migajas.
Ya no querías matarlo 
sino dejarlo en su sitio,
sentirlo asustado en tus manos
pero bien al fin en un orden
donde su pequeñez es también tu tamaño.
Un pacto inolvidable te agitaría frágil en el tiempo
encerrando algo más frágil en las manos
acercadas sin ruido al oído
en un tobogán curado de emociones.
En un poema volverías a abrir tus manos
en el patio, imagino tu estilo, religioso ante todo.
Pero cuando volvimos ya no estaba.
Pensé en esto, en que dejamos de hablar
hasta no esforzarnos.
Así pensaba cuando se acercó un insecto
uno de verdad inofensivo
tan rápido que temí y lo aplasté sin pensarlo
casi, tres veces con una caja
cuando justo me sentía
mejor que tú.

El bautizo


La mujer de mi hermano dará a luz.
Recuerdo cuando tenía dos meses de embarazo
y lancé mi candidatura de madrina, ellos sonrieron.
Me imaginé cuidando a esa niña
llevándola a juegos, dándole tiempo
pensé que de eso se trataba. Pero no la bautizarían
y es que la iglesia les importa demasiado
por oposición. Dije que había tradiciones bonitas más allá del canon,
que así la protegerían contra males como el de ojo
y es que soy supersticiosa. Ellos lo repensaron.
Días después, llegó mi hermana
contando que ella sería la madrina.
Me alegré por ella, la vi contenta.
Luego fui al baño, conté hasta diez y luego volví
a contar. Es tonto, pero me pasa,
quiero dar ternura y no me toman en serio.

Mamá dice que soy especial, que me disculpen.

















M


Ver salir a los pequeños del sjolío me recuerda
cuando esperaba a mi hermana fuera del kinder.
Era tan especial reconocernos
después de semanas de estar en Santiago
estudiando. Su frágil cuerpecito entraba en mis brazos
que la levantaban y nos llenábamos de besos la cara,
el cuerpo. Ella pesaba tan poco.
Escribía Amo a mi hermana y mi hermana me ama
y recuerdo cuando mamá cumplió años y escribió Ámame
mamá.              Era cuando aprendía la eme.
Ahora ha cambiado.
Tiene 15, no me invitó a su cumpleaños,
parece que no entiende mi humor, se escabulle al abrazarla
diciendo fealdades como ojalá no regresaras.
Mi padre me ha dicho que no sienta pena por cosas de niños pero no sé
cómo evitarlo, ahora que paso frente a la escuela
y llega a mis hombros la ausencia de bracitos de hermana
como si mi cuerpo deseara
que volviésemos a aprender la eme.

















Camino a casa


Hago el camino de vuelta a casa
con mis padres, quedan 200 kilómetros.
Se siente bien avanzar entre la cordillera y el mar
sin perder el norte.
De vez en cuando preguntan del viaje,
la comida, la gente. Mamá,
las personas tienen su genio en todos lados.
Me gustaba comer sardina.
Me actualizan y hasta disfrutan
contando un nuevo programa de TVN.
Hay cosas que no sabrán de mí
y espero no saber todo de ellos.
En la carretera, ahora que no hablamos
y suena una música que nos gusta
nos conocemos.