Los jueves de 2011 en la casa-museo La Chascona (Fernando Márquez de la Plata 192, Bellavista, Santiago).

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miércoles, 8 de abril de 2009

Leonardo Sanhueza (Santiago, Chile, 1974)


Leonardo Sanhueza (Santiago, Chile, 1974): Geólogo y con estudios en lenguas clásicas, es autor de los libros Cortejo a la llovizna (Ediciones Stratis, 1999) y Tres bóvedas (Visor, 2003), este último ganador del XVII Premio Rafael Alberti, en España. Participa del taller de la Fundación Neruda el año 1995. Gana el premio Rafael Alberti de Cádiz (2001) y Lagar 2009. Actualmente prepara una traducción de Catulo, un nuevo libro de poemas y la reedición de Tres bóvedas.


EL SOL DE LA GOLONDRINA

........................La realidad, sí, la realidad:
........................un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo
..............................................–Olga Orozco.

Como en el filamento quemado de las ampolletas,
si me miras a los ojos verás en ellos un leve temblor,
una pequeña esquirla seca, tibia aún a pesar de los años.
Mira con atención, ésa es mi vida. Lo mismo ocurre
en los tuyos, pero el espejo no puede reflejar la mordedura.
¿Mordedura? Sí, a veces mordedura. Pero también
aquello que es apenas un presentimiento: «una montaña
¿no es cierto? ¿no es cierto que había aquí una montaña?».
Un pájaro, por ejemplo, que no has visto sino en sueños.
Un pájaro sin forma ni canto ni más presencia que la rama
de ciruelo en que sabes se ha de posar. Y a pesar de todo,
lo extrañas en tu corazón, como si hubiera muerto o migrado
a tierras lejanas. De él conservas ciertas inquietudes, demasiadas
tal vez. Quisieras saber qué colores posee, cuál es su tamaño,
si sus trinos te son o no agradables. Pero ¿cuándo se transforma
en vuelo la imaginación de la ceniza? Puedes poner tus ojos
en sal, aun así crecería la larva de tu deseo.
............................................................En tu mano
hay siempre otra mano que te acaricia, invisible. Intenta atraparla
y sentirás que un aire frío te recorre la espalda. Pero no se ha ido,
merodea tu casa y entra con el sol de la mañana. Así va y viene,
día tras día, porque todo lo que permanece es en ti,
irremediablemente, como el ciego lamparazo de la luciérnaga
que entra y no entra, por temor, tal vez, a volverse gusano.
Las cosas se visten a veces de su propia desaparición. Las palomas
de la catedral están en los huesos, pero a mediodía entra en ellas
una desnudez intermitente. El contorno de la belleza
es una espiral que parpadea y abriga, sobre todo
cuando el invierno nos arroja su oscuro salivazo.
Nuestras palabras se parecen al torpe vuelo de la mariposa:
mira esos colores, va como pateada por fantasmas.
Lo mismo pasa adentro de los retratos. Un espejo convexo,
puede ser. E incluso el propio retrato que te hizo tu esposa
a los veinte años, más redondo que el de Parmigianino.
La misma sustancia con que el amor llenó el hueco de la camisa
hoy ha fermentado adentro del retrato. Poco importa lo que
suceda alrededor, las frazadas o las alfombras del Mercado,
el cajón de manzanas vacío, el luminoso punto de fuga.
Sólo vale tu rostro puesto a leudar hacia la cámara: pronto
dejará brotar una gota espesa y negra. El tiempo pasa
por la cuerda floja de un extremo a otro, desde el deseo
a la realidad. ¿Ves el retrato, mis dos hombros de niño?
Aparte de la sonrisa, entre tus hombros hay una llama hueca
que se incomoda. Y uno anda también dando tumbos,
más por dentro que por fuera. Es el vacío que nos invita
a pasar, pero apenas hemos aceptado nos evade. La idea
es que uno derribe una inmensa puerta y al entrar
quede nuevamente a la intemperie. He ahí el trabajo
de la golondrina. Todos somos golondrina. El poema
es golondrina. Pero ¿cuánto cuesta sobornar al sol que le huye?
Y el viento ¿tiene la edad del anciano que toca? Ah,
cuando llegue a viejo me harán un retrato con la luz bajo el brazo.
Y debajo del grueso abrigo de Castilla, los dos hombros de niño
sostenidos apenas por el pájaro que tiene solamente un ala.

.........................................(Es él, es él,
y ¿cuándo se transforma en vuelo la imaginación de la ceniza?
............................................................Pero
...................................................................¿recuerdas?
........................................la mujer
escribía para él un poema
.............................con pañales anudados
...........................................................y el pájaro
.............................cantaba
.................................................como badajo que se quiebra)

Y uno anda también dando tumbos.
Y si hubiera que encontrar una explicación a nuestra falta de carácter
yo comenzaría mostrando un cráneo seco y viejo. La esfera
no hace ruido ni es un canto de sirenas. El corazón late, he ahí
un ruido. Y si hubiera que encontrar una explicación
a mis dos hombros de niño, yo comenzaría diciendo:
en la ecuación del hombre sobra una navaja. La tierra se mueve,
pliega sus rocas, los estratos que el tiempo formó con paciencia
cosiendo una a una las páginas del Libro de los Muertos.
En la tierra no cabría un alfiler si no fuera por esa torcedura,
por la arruga que abre un socavón. ¿Qué pondremos allí?
¿nuestros mejores pensamientos? Tal vez un camino posible
sea poner el abrigo en remojo y trazar en el mapa una red
que una las casas de nuestros amigos, las de nuestros parientes,
las bibliotecas, los parques de los amores furtivos, algunos
lugares históricos, la plaza y la banda del pueblo, y en fin,
salir a dar un paseo en un barco viejo pero de brillantes colores
que cada mañana se da una vuelta perfecta, como los perros.
Pero ¿quién podría asegurar que estaríamos allí,
que llenaríamos ese lugar y que olvidaríamos la forma
de nuestras costillas, la jaula? Si tan sólo nos fuera dado
tocar por un instante los labios de la mujer que nos besa
o abrazar al hijo pequeño que duerme en nuestro pecho,
tendríamos al menos la posibilidad de la renuncia
y el deseo sería una lágrima visible en el reloj. Y bien,
amigo Aristófanes, hubo un tiempo en que los hombres
eran un relámpago redondo. Cada mitad encuentra su ley
en cada lado del retrato. Lo demás es el tiempo que pasa.
Y si yo aspirara a la santidad diría:

..........un hombre comienza y otro recomienza,
..........éste es un ocaso y aquél es una aurora.

Un relámpago redondo. Tal vez. Pero vino el día
en que el relámpago salió por la trizadura
y henos aquí, hollejos que de pie
declaran su amor a una lágrima sorda y desnuda.
Como a la golondrina, un sol jamás visto
nos toma de los brazos y nos arroja hacia el mañana,
pero en lugar del mañana encontramos sólo un rostro
parecido al nuestro, pero horriblemente viejo, casi muerto.