Los jueves de 2011 en la casa-museo La Chascona (Fernando Márquez de la Plata 192, Bellavista, Santiago).

feed rss

redes sociales

AM en Facebook
AM en Flickr
Am en PODCASTER
AM en Vimeo

domingo, 3 de diciembre de 2006

Presentación Samanta Schweblin


SAMANTA SCHWEBLIN: Cuentos como los de antes
Por Claudia Apablaza


Samanta Schweblin nació en Buenos Aires en 1978. La primera vez que leí un cuento suyo fue en la antología Una terraza propia, que preparó la escritora argentina Florencia Abbate el año 2006. De las escritoras antologadas, que serán unas 15, dos me llamaron la atención: Samanta Schweblin y Yamila Begné.
El año 2007 invité a Samanta a participar en una muestra de escritores nacidos después de 1976 que sería publicado en la revista española Literaturas.com. Ese año leí por segunda vez a Samanta, y su cuento La furia de las pestes. Luego vinieron encuentros y desencuentros en algunas ciudades como Buenos Aires, el DF, La Habana y Barcelona; encuentros en el sentido propio de la palabra, cafés, caminatas, algunos tequilas. Y desencuentros importantes como el no encontrar sus libros en las librerías que visitaba. Esos años busqué incansablemente los libros de Schweblin, incluso con ella, una noche recorrimos los saldos de Corrientes tras El núcleo del disturbio, publicado el año 2005. Búsqueda infructuosa siempre. Los libros de Schweblin ya no estaban ni en los saldos de Argentina.
En diciembre de 2008 el escritor Diego Zúñiga me llamó a casa con un cierto grado de urgencia para decirme que El núcleo del disturbio estaba en los saldos de la librería de la Universidad de Chile y que quedaba un solo ejemplar, además que costaba tan sólo dos mil pesos. Corrí a la librería y una hora después ya tenía El núcleo del disturbio, el primer libro de Schweblin, publicado el año 2002 por Planeta, y con el que ganó el premio del Fondo Nacional de las Artes y el primer premio del Concurso Nacional Haroldo Conti.
Un mes después, al viajar a Cuba, encontré La furia de las pestes, el segundo libro de Schweblin, libro con el que ganó el premio Casa de las Américas el 2008.
Son estos dos libros los que Schweblin ha publicado: El núcleo del disturbio y La furia de las pestes; cuentos que además fueron recopilados en una antología que publicó Lumen el año recién pasado: Pájaros en la boca. 29 cuentos en total, si no me equivoco, es decir, una obra bastante breve.
Una de las cosas que llama la atención en Schweblin es que esas raras escritoras que sólo escriben cuentos. Y creo que ha trabajado ese formato con la ilusión y seguridad de encontrar en él la perfección del mismo, con la férrea ilusión en la perfección de él, perfección que se nota en cada párrafo que leemos de Schweblin: tanto en la estructura del relato como en el lenguaje, los personajes y el espacio de lo narrado. Samanta sigue en ese sentido férreamente la idea que Cortázar en que nos habla de la diferencia entre el cuento y la novela, aplicando la terminología del boxeo, en que la novela gana por puntos y el cuento por knock-out. Nada en un cuento es trivial, nada se le escapa al autor. El autor es así un héroe para el lector, un ganador. En cambio, el novelista, casi siempre, es un gran perdedor, pero dentro de su propio texto.
Cuando a Borges se le preguntaba por qué no escribía novelas, decía: Yo creo que hay dos razones específicas: una, mi incorregible holgazanería, y la otra, el hecho de que como no me tengo mucha confianza, me gusta vigilar lo que escribo y, desde luego, es más fácil vigilar un cuento, en razón de su brevedad, que vigilar una novela. La novela uno la escribe sucesivamente, luego esas sucesiones se organizan en la mente del lector o en la mente del autor, en cambio uno puede vigilar un cuento casi con la misma precisión con que uno puede vigilar un soneto: uno puede verlo como un todo… De modo que no creo que escribiré una novela. Ya sé que esta época parece exigir novelas a los escritores. Continuamente me preguntan que cuándo voy a escribir una novela, pero me consuelo pensando que alguna vez le preguntaban a los escritores: "¿Y usted, cuándo va a escribir una epopeya?" o "¿Cuándo va a escribir un drama de cinco actos?”.
Intuyo entonces que Schweblin trabaja también guiada por esta obsesión de precisión y vigilancia del formato del cuento, precisión que tal vez teme no ser alcanzada en una novela. Schweblin como una vigilante prolija de cada uno de sus textos. Y tal vez esa vigilancia no sólo alcanza los límites de su obra, sino que también la veo trascendiendo algo más allá y siendo a la vez la vigilante de la tradición cuentística argentina. Que esa voz narrativa que susurraban autores como Borges, Cortázar, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Rodolfo Wilcock, esa voz del otro lado de la cordillera no muera en lo que fue, ni en ella misma, sino que se extienda a los muchos lectores que está teniendo hoy Schweblin.
Reconozco así a Schweblin en un texto de Carolink Fingers o Carolina León en su página Estado crítico ... llamado Cuentos como los de antes. Carolink Fingers nos llama la atención acerca de un cierto malestar como lectora al no encontrar Cuentos como los de antes: “El lector de estas primeras décadas de siglo, nos dice, conoce los trucos de la ficción, los acepta y asume, y entiende que es habitual que los narradores nos expliquen sus temas con mucha teoría y desde lejos, sin salpicarse apenas de las circunstancias en las que hacen aparecer a sus personajes. Habituados a la retórica, los juegos intelectuales y la desazón formal de la narrativa post-moderna, los lectores de hoy nos hemos hecho el cuerpo a enredarnos en fabulaciones sin peso, construidas desde su propio descrédito, con narradores sabihondillos que siempre se guardan un as en la manga…”
Samanta es precisamente en su escritura el opuesto a esos escritores sabiondillos que dice Carolink Fingers. Tal vez puedo decir que Samanta Schweblin escribe cuentos como los de antes.
En el intento de desmenuzar su obra encuentro tres líneas de trabajo. Los cuentos en que inaugura la sospecha acerca de la escritura y el arte, o el desesperado intento de un hombre por marcar la diferencia entre arte y vida que serían dos los principales: Cabezas contra el asfalto del libro La furia de las pestes; y La pesada valija de Benavides, que pertenece a El núcleo del disturbio.
Pero esta duda acerca del límite entre arte y vida se despeja pronto en la narradora de estos cuentos y se abre pronto la segunda línea de trabajo de Schweblin, su línea de trabajo más fuerte y que es el espacio de lo fantástico.
Schweblin aquí es donde muestra sus mayores virtudes como cuentista, donde hay que instalar el extrañamiento en el lector más que en el narrador del cuento. La duda acerca de la frontera entre obra y vida o el malestar del escritor deja de pertenecerle al narrador, a la voz, al autor incluso si me quieren hacer tirar la lengua y se traslada al lector, y el narrador se lanza a contarnos historias donde prima lo fantástico, los mundos extraños, espacios, personajes y tiempos completamente anómalos.
Una tercera línea de trabajo sería tal vez el descanso en cuentos más temáticos y dejar de lado el perfecto artificio y la trama. Temáticas como la mujer y la muerte aparecerán en muchos de sus cuentos. Samanta y el tema del género. Ironía, ahogo del cuerpo. Espacios asfixiantes en Mujeres desesperadas y en Adaliana. Mujeres muertas en Irman y en La pesada valija de Benavides; mujeres solas, muchas madres que mueren.
Ahora bien, cruzan estas tres líneas de trabajo, la tendencia de la autora a evocar en el lector una suerte de disturbio, un ensimismamiento. El horror a quedar en espacios abiertos y en un tiempo que no acaba o se vuelve circular; como en el cuento Hacia la alegre civilización de la capital... cuando se suben al tren finalmente los pasajeros y “ … una última sensación, común a todos, es de espanto: intuir que al llegar a destino, ya no habrá nada”. También en Adaliana: “Por eso es que la comadrona, rodeada de velas, une sus palmas y reza: es que esta noche sucederá algo terrible, piensa, mientras la gran puerta del pasillo se abre y en el cuarto contiguo, peinando su pelo negro, Adaliana mira en el espejo sus propios ojos ausentes”.
También está su amor por Kafka y los abismos en lo que puede entrar el lector. Quedarse encerrado, quedarse en un lugar espantoso, en pueblos fantasmas, en lugares sin retorno o en espacios sin nombre. Espacios perdidos en el cuento Hacia la alegre civilización de la capital; también en El destinatario: “Después de un tiempo comencé a dudar sobre si realmente habría un final: el pueblo tenía cuatro cuadras hacia el río, y el desfile avanzaba por ellas desde hacía más de media hora.”
Schweblin y su obsesión por los perros y los animales. Hay perros en casi todos sus relatos. Matar a un perro. El perro y su matanza como rito iniciático de la entrada a un cierto gueto. En el cuento Más ratas que gatos, perros y gatos. El mundo extraño de los niños rodeados de animales.
Samanta y todos los finales abiertos. Finales en pueblos perdidos, finales que anuncian la llegada de algo terrible. En La estepa, en Hacia la alegre civilización de la Capital, y En la furia de las pestes: “Entonces siento algo: todo me parece más suave y gris, y no puedo dejar de pensar en qué es lo que le pasa, en qué es lo que podría ser tan terrible” Finales abiertos en que Schweblin buscan la confusión del lector. El extrañamiento. Ese disturbio. Pueblos eternos, trenes que nunca llegan, cartas que se pierden en el camino.
Cuentos que rozan esas perturbaciones que a veces olvidamos, cuentos con cierta ternura, cuentos que ponen al lector en una especie de “humanidad ficcionada” y que lo conmueven desde ahí, como si el lector pudiera decir hoy en día, oh, qué nostalgia, recuerdo cuando era un estúpido ser humano.
De las lecturas se respira Kafka, Cortázar, y mucho Bioy Casares… Buzzatti también dicen, pero no he leído a Buzzati. También Juan Rulfo sobre todo en La furia de las pestes. Wilcock y El estereoscopio de los solitarios en Agujeros negros. Cortázar en Conservas. Bioy Casares en toda la obra.
En fin, una cuentista que trabaja con lo fantástico, lo absurdo, lo irónico, el extrañamiento absoluto del lector. Ahí es donde ubico toda la gran destreza de Schweblin. Y ese lugar también como su lugar de refugio, ¡cómo no! la literatura también lo es.
Ahora bien, para cerrar este texto y terminar esta introducción debo confesar, que en noches de insomnio juego, tal vez injustamente, a pensar en qué me gustaría que escribiesen mis amigos; y es cuando pienso que quisiera que Schweblin escribiera una novela larguísima, que se devolviera a una de las primeras líneas de trabajo que mencioné de su obra, que dejara de ser la vigilante que sospecho es de su obra: la duda acerca del oficio, el extrañamiento del autor más que del lector, y a esa especie de abismo que viene tras de ello. No sé, tal vez abordar con eso la posibilidad del fracaso, como decía Vila-Matas en su columna del domingo recién pasado en Babelia: En cualquier caso, el auténtico verdadero gran fracaso del escritor, aquel que alcanza a tantos, llega siempre con puntualidad, generalmente muy temprana. Es un fiasco doloroso, íntimo. Llega cuando no podemos reproducir con fidelidad lo que acabamos de pensar y querríamos haber escrito. Llega cuando comprendemos que no hemos podido ser fieles a la ambiciosa idea que nos habíamos propuesto al comenzar un libro.

No hay comentarios: