Los jueves de 2011 en la casa-museo La Chascona (Fernando Márquez de la Plata 192, Bellavista, Santiago).

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miércoles, 8 de abril de 2009

Thomas Harris (La Serena, Chile, 1956)

Thomas Harris (La Serena, Chile, 1956): Profesor de español por la Universidad de Concepción, ha impartido docencia de literatura y lenguaje en diversas universidades. Actualmente, enseña literatura en la Universidad Finis Térrea y cumple la función de investigador en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile, además de ser secretario de redacción de la revista Mapocho, órgano de difusión cultural de dicha institución. Ha publicado siete libros de poesía: Zonas de peligro (1985); Diario de Navegación (1986); El último viaje (1987); Alguien que sueña, madame (1988); Cipango (1992 y 1996 en FCE, México); Noche de brujas y otros hechos de sangre (1993); Los 7 náufragos (1995) y es autor de un libro de cuentos, Historia personal del miedo (Ed. Planeta, cuentos, 1994). En 1993 obtuvo el premio municipal de poesía por su obra Cipango, en 1995 el Premio Pablo Neruda y en 1996 obtiene el premio Casa de las Américas por su obra Crónicas maravillosas. En el año 2001 publica dos libros de poesía, Itaca (Lom Ediciones) y Encuentros con hombres oscuros (RIL). En 2006 publica el poemario Tridente (RIL), El año 2007 publicó Lobo (Lom Ediciones) con el que obtuvo el premio a la mejor obra literaria en la Universidad Finis Terrae.

UN ENIGMA Y UN INSESTO


Aquí te tengo una, dijo la Esfinge:
ahora que eres Lobo y vengan por ti los cazadores del Deseo
una inexcusable noche de luna azul,
qué harás?

Me haré uno con los cazadores del Deseo
y los cazadores del Deseo se confundirán
con lobos.

¿Y cuando aparezca la loba de un aire inesperado?

Cometeré incesto.

¿Y cuando la loba termine de parir tu incesto?

Nacerá la nueva casta.

¿Y si la loba pare a tus gemelos muertos?

Los devoraré en el acto. Y seré mi propia casta.

Entonces volverías a la boca del lobo,
sonrió la Esfinge, y escupió su dentadura pétrea.


NI MALDOROR NI LOS SANTOS APÓSTOLES


Ahora que soy de nombre Lobo, relumbro como una dinastía de suicidas. Busco el sol negro de la armonía inversa. Rasgo con mis pezuñas los Cantos de Maldoror y no me llago. Opino ante los Santos Apóstoles y no me pueden refutar. Me las doy de demonio y entro a los túneles más umbríos y gruño y vuelvo a gruñir para que florezcan las abominables adormideras. Y nadie, nadie se atreve a cazarme. Ni siquiera los cazadores del Deseo.


LOBO MATA


Mi segunda noche de Lobo maté a uno.
Pesa el muerto en las entrañas de Lobo.
Traté de que mis jugos gástricos desaparecieran el cadáver.
Aullé con humor de ángel que cae, de barco ebrio que naufraga
en las radas de un tumefacto bar de puerto.
Pero el muerto continuó como un feto violado
en mis entrañas.


DIÁLOGO DE LOBO CON EL CADÁVER DESTROZADO
DE UNA CANTANTE DE ROCK


Tengo las fauces aún húmedas de ti.
Como el esófago de una boite sangrienta.
Mi garra no tiembla mientras rasguño estas palabras
en tu vientre, y desgarro estos versos sólo para ti,
mi cadáver bautismal, y de la lengua
me gotea la cerveza de tu sangre.
Con mi garra tatúo mi diálogo contigo destrozada
arando tu cuerpo y grumos y tendones.
Un moretón en tu muslo izquierdo,
el ojo derecho fuera de la órbita como un planeta demente,
gira sin ver, y me hace mirar tu nalga
que asoma desde el cuero negro de tu minifalda
y veo siete forúnculos que cultivaste
para hacer mejor poesía o la lírica de tu rock
imitando al poeta que ilumina la senda de las bestias.
Tu vientre se agita como una charca de fango,
se hincha y gotea mis tatuajes como cuando
cantabas bajo las luces fluorescentes y los fuegos fatuos
y los aplausos de los duendes pajeros que te arrojaban
rosas azabache envenenadas de ácido y heroína.
Con mi garra peluda me despido de tus costillas
quebradas y tu fúnebre pubis,
como si fueran una esperanza de no sé qué.
He aquí mi primer cadáver, mírate con mis pelos
en tus pezones caídos para siempre
antes erectos por el frío, el miedo o el deseo.
Tu boca se detuvo como un reloj, blanca
como la luna que fue tu hostia envenenada,
que es mi droga y mi ano de animal salvaje,
inoculada por el cielo de la noche invisible
que me sirvió tu cuerpo en su bandeja de plata,
esplendente de cielo negro y fetal.
Como el instante asesino en que me regalaste tu vida.