[A veces las historias saltan de un siglo a un milenio que la lluvia resbala]
Los Milenios le entierran la historia en la punta de la lengua
/a la Hombra,
le meten tijeras en su origen, le cortan las llamadas geográficas;
ellos quieren encender la hoguera, quieren un cuerpo que sangre décadas, siglos sobre el ojo imperial de los cielos.
Es la tecnocracia del averno, dice la Mama,
la versátil maniobra wall street, manos guerrilleras.
Y la Hombra abre sus ojos recogidos del río de sus suelos,
y la Hombra se hace el Escrivá con cojones de oro,
escribiendo con su hermético lenguaje citadino,
los desastres que el milenio le realza;
qué figura, qué siglos aquellos, qué instituciones
rasgando el aire que tus pulmones expulsan, Ma,
ni tu cuerpo sangrará, te grita Costa Infante,
ni tus costillas de barro helénico codiciarán el campo estrellado
del poder que babea Pacha Hombre, sentando en su sillón,
dentro de su loft de ruca espacial, con cara Rockefeller
lo mira la Hombra, vestido de Isabel, bailando sombreado
/sobre los milenios
que le dicen: ánima, que le gritan ánima
en el valle sideral de su Varsovia.
Es que Pacha Hombre le tira el cadalso.
Es que Pacha Hombre lo tiene hiroshima a la Hombra
que insiste en verlo a él como un Minotauro político
que acaricia el sol con sus pestañas
y crea a la intemperie liberal que sus lápices demandantes le sacian:
la ansiedad de saberse Zeus del país que fundaron
los cuerpos que Visnú transmuta,
los cuerpos que lava de sus labios lo siguen.
El milenio, un tal Zeus:
el cara pálida del mundi global.