Damaris Calderón Campos (La Habana, Cuba, 1967): Poeta, pintora y ensayista. Ha publicado casi paralelamente sus libros en Cuba y Chile, cuenta más de diez ediciones, que aunque en su mayor parte son de poesía también presentan su incursión en el diario de viaje y el ensayo. Entre ellos destacan: Con el terror del equilibrista (1987), Duras aguas del trópico (1992), Guijarros (1ª Edición: La Habana, 1994, 2ª Edición: Santiago de Chile, 1997), Babosas: dejando mi propio rastro (Ediciones Las Dos Fridas, Santiago de Chile, 1998), Sílabas. Ecce Homo, (Santiago de Chile, 2000, 2ª Edición, Letras Cubanas, Cuba, 2001) Los amores del mal (El Billar de Lucrecia, México, 2006), El Arte de aprender a despedirse (Ediciones Albadón, Cuba, 2007) y La extranjera (Editorial Cauce, Cuba, 2007). Poemas suyos aparecen incluidos en diversas antologías sobre poesía cubana y latinoamericana actual. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al holandés, al portugués, al francés y al servo-croata. Reside desde 1995 en Chile. Ha recibido el Premio de poesía de la revista Libros de El Mercurio (1999), entre otros reconocimientos literarios. Es miembro de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), de la Sociedad Chilena de Estudios Clásicos y de la Unión de Escritores cubanos. Se desempaña actualmente como profesora de Literatura.
(De: Parloteo de sombra. Editorial Cauce. Cuba, 2007)
Santiago Humberstone Yo, Humberstone, hijo de un modesto empleado de correos
y nieto del Director de la Banda de Guardias Escoceses,
llegué a aquí a hacer la América.
Yo, un oscuro químico
lustrado ahora por la sal,
inventé esa ficción: el pampino:
cruce de animal soñador necesitado con nativas de la zona.
Inventé el futuro, el futurismo, Marinetti.
Me cagué en le Corbusier,
la Torre Eiffel,
esa ciudad amanerada:
París.
Aprendí palabras ásperas:
caliche, charqui, camanchaca
(yo que jugaba delicadamente al tenis,
yo, cuya vida era un campo de golf),
copié y apliqué el sistema Shanks
(que nadie conocía por aquí).
Tuve mano férrea,
tuve mano de obra
(barata).
Comencé por conquistar Agua Santa
y ahora me pudro en las Aguas del Tiempo.
Yo, que me horroricé
cuando escuché que estos indios llamaban chanchos
a las relucientes máquinas metálicas, trituradoras,
porque les recordaban el ruido de los puercos al comer.
Establecí un Orden,
una jerarquía en el Caos:
de un lado los ingleses y administradores,
del otro, los hombres y las bestias.
Yo, que puse un toque de delicadeza,
de civilización en estos páramos:
Al espejismo de los oasis de Pica y Matilla
opuse una piscina (metálica),
construí una plaza (pública),
una iglesia,
el tendido eléctrico,
un orfeón para que estos bárbaros
escucharan música
–óperano
el rumor sempiterno, monótono
de las arenas.
Yo, me la creí completa
y se la hice creer a medio mundo:
“El salitre chileno el mejor del orbe”:
nitrato de sodio: la pólvora más eficaz
para las guerras intestinas y extranjeras.
(Así de cosmopolita):
“El salitre chileno entra a Francia,
a Suecia,
llega a la antigua Hélade”
(hasta que los alemanes inventen el sintético
en la Segunda Guerra Mundial).
Yo, que me convertí en Santiago,
Santiago Humberstone, tuve en mis manos el Oro,
el Oro Blanco,
el Monopolio.
Que me hice viejo, me hice venerable,
Padre
-del salitre-.
(La Compañía me obsequió una medalla de oro,
el Rey de Inglaterra me confirió
la Orden Oficial del Imperio Británico).
Yo, James T.,
cuyo nombre desaparece
bajo la formidable leyenda y las casas huachas,
extiendo mis raíces dieciséis metros bajo tierra
y no encuentro agua.
El desierto y la muerte recobran su señorío.
El Verano pobre
En la franja desértica
una familia
sola
devora un sol.
En la franja desértica
una familia
sola
devora
Tumbados
en la zanja
en la franja
desértica.